Volver a empezar

A la vida le basta el espacio de una grieta para renacer.

Ernesto Sábato

 

Hace ya más de treinta años que la Navidad es, para mí, poco menos que una fiesta organizada por los gobiernos y los grandes comercios para llevarnos al consumo desproporcionado, a mover dinero de nuestros bolsillos a los suyos con el pretexto de una felicidad que sólo ellos van a conseguir con nuestro esfuerzo y sacrificio.

Recuerdo con nostalgia el sentimiento y la alegría que me traían estas fechas cuando era un niño.

Vivíamos en un barrio obrero en el que no nos podíamos permitir muchos dispendios. La gente obrera, sana y amistosa con los vecinos, formaba una gran familia y no era extraño que se compartiese mesa y ayuda cuando otro lo necesitaba.

En estas fechas, los niños íbamos de casa en casa, agitando nuestras panderetas (quien la tuviera, que no eran todos) y cantábamos en la puerta de nuestros amigos vecinos, esto nos reportaba un puñado de avellanas, nueces o de higos secos que nos parecían el regalo más grande y cuando algún que otro despistado no tenía a mano semejantes delicias, nos obsequiaba con unas perrillas de aquellas de aluminio (perras gordas y perras chicas) que luego intercambiaríamos en el quiosco por alguna chuchería.

Éramos felices en nuestra digna pobreza, y nuestros mayores no podían dejarse llevar por la compulsión de las compras, básicamente porque no había capacidad para ello y tampoco existían agresivas campañas publicitarias que les indujeran a gastarse lo que no tenían. Recordad que en aquellos tiempos ni siquiera teníamos televisión.

Hace poco más de dos años, el espíritu que tenía guardado, no sé si en un arcón o en un joyero, salió de su exilio forzado por mí, asomándose con timidez al principio y mostrándose totalmente cuando vi la sonrisa de Lucas durante sus primeras navidades, la ilusión y la sorpresa ante las luces, los adornos, los regalos que abría con sus manitas y la alegría volvió a mí y ya no me importa que los grandes comercios ni los gobiernos me inciten a seguir su juego, porque ahora lo que me importa es que mi nieto sea feliz, como yo lo fui hace muchos, muchos años, tal vez demasiados ya.