Mucho tiempo pensando                                                                                                             

A Daniel.

Durante un instante me siento flotar incorpóreo e ingrávido. Lentamente regreso de ese limbo en que me encontraba.

Despierto.

La persiana de la habitación está bajada. A mi derecha, en la penumbra, distingo otra cama. Mi compañero duerme serenamente.

Una fracción de segundo después recuerdo donde estoy y comienzo a ser consciente de mi cuerpo.

Afortunadamente no tengo dolores, respiro profundamente (ahora ya lo hago sin grandes dificultades) y abro los ojos al nuevo día que comienza.

Es mi duodécimo día en el hospital. Vuelvo a escuchar cómo fluye el oxígeno en mi mascarilla. Ahora soy consciente, otra vez, del lugar donde me encuentro y del motivo por el que estoy aquí.

Alguien me ha dicho: “Ahora le has visto las orejas al lobo”.

No, no es cierto, no he visto al lobo, no me ha dado tiempo, solo he sentido su aliento en mi cuello antes de morderme, sin previo aviso.

Al principio perplejidad. ¿Cómo puedo estar viviendo esta situación? ¿Es que no lo has visto venir? Es evidente que no ha sido así, por mucho que te digan, nunca crees que te vaya a tocar, pero tu número también entra en el sorteo…

Bueno, no nos pongamos trágicos.

Los primeros días apenas he apreciado mejoría y he llegado a asustarme de verdad, pero desde ayer me noto más entero, más consciente y, sobre todo, más despierto. He comenzado a notar una cierta recuperación, lo cual me ofrece otra perspectiva.

Mucho tiempo pensando.

La mente no descansa y busca, quieras o no, alternativas a lo que la existencia te depara, a lo que te toca vivir y a lo que está por venir.

En estos días de atrás he empezado a hablar conmigo mismo, algo a lo que aún no estoy acostumbrado.

A veces, la vida da un giro insospechado y, de repente, te replanteas muchas cosas.

Siempre he vivido aferrado al trabajo. Si bien es verdad que casi todo lo que haya podido lograr en la vida lo he construido a partir del esfuerzo, esta última semana me he dado cuenta de que lo fundamental es pensar en los míos y en mí mismo. He llegado a la conclusión de que el trabajo no es más que algo secundario en lo que apoyarme para alcanzar algunos de mis objetivos, aunque no los principales, ciertamente.

Al principio sospeché que mi baja laboral pudiera tener repercusiones negativas. La situación actual en el mundo del trabajo es compleja y este momento, quizás, el menos oportuno para una ausencia prolongada. He temido por mi puesto de trabajo, por mi sueldo y mi cotización de cara a una jubilación ya muy próxima.

Por otro lado, he analizado los muchos años que llevo evitando esas ausencias por enfermedades, he mirado hacia atrás recordado los días que iba a trabajar con fiebre y malestar prolongando una gripe, por ejemplo, sin el descanso que realmente necesitaba.

Mucho tiempo pensando.

Y una vez más he llegado a la conclusión de que si una empresa desdeña a un empleado que se ausenta por enfermedad, no merece a ese empleado, y que éste apreciaría, sin duda, que valorasen más su trabajo que su mera presencia.

La sociedad y, a veces, la vida pueden ser injustas, sí, pero lo que no podrán hacer es negar esta certeza.

Mirando el techo, las ideas van y vienen libremente y creo haber alcanzado a comprender cuáles son las prioridades reales, al menos las mías.

Ahora entiendo que soy afortunado porque tengo un peso significativo en la vida de las personas que me importan. Ahora entiendo que lo capital no es lo que tengo, sino lo que estas personas me ofrecen sin pedir nada a cambio y lo que yo estoy dispuesto a ofrecerles simplemente porque así lo quiero.

Siempre pensé que era el trabajo el que me permitiría dar a esas personas lo que necesitaban, pero hoy entiendo que era ese trabajo el que me impedía darles el tiempo que se merecían.

Es ahora cuando comprendo que ha llegado mi momento, la hora de pensar en mí y en los míos, con la plena consciencia de cuáles son nuestras necesidades reales.

Tal vez, con suerte, me sirva este examen de conciencia para saltar sobre las imposiciones y las mentiras que me han inculcado desde niño y para dejar a un lado los tópicos sociales que ocultan la verdad.

Así podría enfocar, por fin, mi vida hacia lo realmente importante.