El reencuentro

La vio en Atocha. Estaba en el andén de enfrente y como no había demasiada distancia pudo comprobar, con admiración, que para ella parecía haberse detenido el tiempo.

Una oleada de recuerdos le vino a la mente y, durante un instante, se sintió rejuvenecer hasta los veinte años, cuando la conoció. No fue su primer amor, pero sí uno muy sentido de su juventud.

Su primera intención fue dirigirse a ella y preguntarle qué había sido de su vida y conocer de su propia boca algunas de las cosas que otros le habían contado. Sabía de ella que se casó con un antiguo compañero de clase y que tenía algún hijo, pero no mucho más.

Sin embargo ella no le vio, miraba hacia un lugar donde, seguramente, había alguien a quien conocía y aguardaba; su gesto dejaba entrever que se estaba impacientando. Supuso que sería algún familiar o amigo y aquello fue el primer aviso. Quizás aquel encuentro podría ser inoportuno.

En ese momento sintió vergüenza por su aspecto -habían pasado cerca de cuarenta años- y pensó que tal vez para ella podría ser un reencuentro no muy agradable; porque al verlo, aunque ella aparentaba muchos años menos, por fuerza le habría de recordar el tiempo transcurrido. Segundo aviso.

En aquel momento le hubiera encantado estrechar otra vez entre sus brazos a aquella mujer a la que tanto quiso y que, ya hace tantos años, expulsó de su vida por su estúpido orgullo. ¡Era tan joven y sabía tan poco! Pero pensó que no iba a saber encontrar las palabras adecuadas y también que, quizás, pudiera comprometerla con aquel familiar o amigo a quien esperaba. Si era algún hijo suyo, por ejemplo, ¿qué explicaciones le podría dar sobre aquel desconocido que la abordara y pretendiese abrazarla? Tercer aviso.

A pesar de todo, en una fracción de segundo le poseyó una vorágine de sentimientos y de recuerdos que, en un arrebato, le impulsaron a gritar su nombre justo en el momento en que entraba un tren que se interpuso entre ellos con gran estruendo. Último aviso.

Miró a través de las ventanillas, el gentío ocupaba completamente el vagón y no pudo verla. Cuando el convoy se fue, buscó esperanzado entre aquellas gentes del andén, pero ya había desaparecido otra vez, quizás para siempre.