Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

Gutierre de Cetina

 

Como todos los días, acudo al café de mi calle a trabajar con mi portátil. El wifi de mi amigo Carlos, que vive justo encima, me permite conectarme y navegar mientras se calienta mi cerveza o se me enfria el café.

Y llega ella, como todos los miércoles, puntual como un tren suizo, pero hoy no se sienta en la mesa del fondo, porque hay una pareja tomando café mientras se toman de las manos sobre la mesa.

Se sienta dos mesas más cerca, frente a mí.

Es una mujer menuda, ni fea ni guapa, de una sencillez que la hará pasar desapercibida entre el gentío, estoy seguro.

Por primera vez en tantos meses se cruzan nuestras miradas.

Me asomo a la sima de sus ojos verdes, el vértigo se apodera de mí y no sé por qué estoy dispuesto a dejarme caer sin remisión en ese mar infinito.