En el portal de Belén...Si hago una buena obra, me siento bien;  si obro mal,  me encuentro mal. Esta es mi religión.

Abraham Lincoln

 

María está nerviosa, la cocina llena de cazuelas y pucheros con viandas ya guisadas, ya a medio cocinar.

En el horno, un pavo que espera alcance para todos, porque los otros que quedaban en la pollería eran demasiado pequeños e, incluso así, ya veremos si llega para tanta gente.

Oye a José que entra en la casa hablando con alguien. Viene a la cocina a saludar y darle una noticia: Ha encontrado en la calle a un viejo amigo que está solo, sin hogar y, por supuesto, lo ha invitado a cenar con ellos y con la familia que está por llegar.

María empieza a sudar de nervios, necesita una ducha urgente, pero José le advierte que tendrá que ser más tarde, que su amigo Jesús ha ido a asearse al baño porque, claro, vive en la calle…

Se presenta el tal Jesús con ropas de José, el pelo aún mojado y una beatífica sonrisa que desarmaría al más aguerrido contrincante. Es de esas personas que te caen bien desde el primer momento.

Paradójicamente, el baño está impoluto, las toallas usadas en el cesto de la ropa sucia y no hay siquiera restos de vaho en los azulejos ni el espejo.

María se ducha mientras los dos hombres colocan los cubiertos, platos y servilletas en la mesa hablando y riendo.

Llega la familia, los niños con zambombas y panderetas, los mayores con paquetes y cazuelas cubiertas de papel de aluminio.

Una vez todos en la mesa, el pavo parece haber aumentado su tamaño, los invitados ríen y se divierten con las anécdotas e historias de Jesús, conquistador de voluntades, y hasta los niños parecen hipnotizados ante el pintoresco personaje de larga barba y melena roquera.