La poesía

Yo sé que la poesía es impres-cindible, pero no sé para qué.

     Jean Cocteau
 

La soberbia, normalmente unida a la ignorancia, da lugar a situaciones que nos podrían avergonzar. Hoy en día, por fortuna, ya no es mi caso, aunque en otros tiempos pasados me hicieran ruborizar en no pocas ocasiones.

Contaba yo con trece o catorce años, formaba parte de una pandilla de amigos y amigas y mis hormonas se encontraban en plena efervescencia adolescente.

Un viernes, un amigo de la pandilla me comunicó alegremente que estábamos invitados a un cumpleaños.

Se trataba de una compañera de clase y amiga de otra de nuestras amigas.  En su casa, con música, comida y bebida y sin más supervisión adulta que la de su hermana mayor y su novio. Es decir un “guateque” en toda regla.

En estos casos, los chicos siempre regalábamos libros, nos sentíamos incapaces (y más sin conocer siquiera a la cumpleañera) de decantarnos por una prenda u otro detalle más personal, así que esa misma tarde fuimos a comprar un libro y el elegido fue una edición de “Rimas y Leyendas” de nuestro amigo Bécquer.

Ni que decir tengo que a escote compramos el libro los chicos, pero que, a la fuerza, alguien tenía que hacer una pequeña dedicatoria en sus primeras páginas y ese insensato tuve que ser yo.

Estaba yo entonces estudiando los poetas culteranos y, más en concreto, a Góngora, por lo que tenía la cabeza llena de hipérbatos, antítesis y aliteraciones y claro, no tuve más ocurrencia que escribir en su primera página la siguiente temeridad en forma de rima.

Morir es vivir la vida

porque la vida es morir.

Yo muero por no vivir

la propia vida que es mía.

Si muero por no vivir

y muero al vivir la vida,

es que mi vida no es mía,

es que mi vida está en ti.

Os aseguro que esta osadía se vio recompensada, bailé toda la tarde con una guapísima y simpatiquísima anfitriona a pesar de las miradas furiosas de mi amiga Inés, que unos días antes me diera calabazas.