Oración

Como ves no tengo costumbre de molestarte. Que me gusta arreglar mis cosas como mejor puedo y me alcanza en cada momento, sin pedirte ayuda.

También sabes que no es desprecio ni soberbia de mi parte; es que creo nuestra obligación intentar reparar aquello que se encuentra en nuestra mano, en lugar de incomodarte constantemente con temas que, estoy seguro, no son más que nimiedades para ti.

Disculpa que hoy me dirija a ti. Es para darte las gracias por algunas cosas:

Por las trampas que me he ido encontrando en la vida y que, de alguna manera, me has ayudado a superar, aunque no te lo pidiera.

Por las enseñanzas que de esos tropiezos he obtenido para mi bien y el de los míos.

Por los desvelos que las distintas circunstancias me causaron en momentos complicados, porque me hicieron pensar y con ello, seguramente, ser mejor de lo que era hasta ese momento.

En definitiva, como puedes ver, te agradezco todo aquello que, impidiéndome el paso franco y el viaje sencillo, me ha obligado a aprender y, en consecuencia, a madurar como persona.

Gracias también por la memoria en la que perviven los bonitos recuerdos de mis hijos cuando aún eran niños y que hoy, a causa del tiempo pasado, empiezan ya a doler por lejanos.

Aún no me siento próximo al final, pero si un poco cansado.

Ni los dolores ni las pequeñas incapacidades que van surgiendo me permiten imaginar un futuro a muy largo plazo y, mucho menos aún, que me pueda resultar cómodo. Hay, además, otras pequeñeces que dificultan, aunque no impiden, la alegría de vivir que siempre me ha dado fuerzas para afrontar lo que llegara cada día.

Ciertamente no puedo quejarme y no me voy a comparar con otras personas cuya existencia es más difícil que la mía, porque el mal ajeno no me consuela. Esta es mi vida y nadie la ha de vivir por mí.

He llegado a la conclusión de que he llevado una buena vida porque, analizándolo fríamente y a pesar de esos dolores del cuerpo y del espíritu que nos estorban para seguir adelante cada jornada, en general he sacado una lectura bastante positiva.

No poseo lo que mi sociedad llama riquezas, pero siempre me ha guiado una norma, básica en mi vida: Tratar de ser feliz disfrutando de lo que tengo, sobre todo de las pequeñas cosas. Esta forma de mirar a la cara a la vida me ha ayudado mucho, sobre todo en los momentos más difíciles. Estos pequeños gozos que lograban, a veces, distraer los malos pensamientos. Gracias, también, por ello.

Esto no significa necesariamente que haya sido, ni sea, conformista. Estoy seguro de que es el inconformismo humano el que nos ha permitido evolucionar, mejorar nuestras condiciones de vida poco a poco aunque, a veces, miro al mundo y pienso que hubiera sido mejor seguir en la caverna.

Aun sin posesiones materiales, me considero un hombre bastante rico.

Tengo lo que para mí es lo más importante: personas que me aprecian y, aunque se lo pongo muy difícil, que toleran mis defectos y llegan, incluso, a quererme.

Tengo dos hijos inteligentes, mucho más que yo, fuertes para soportar todo lo que les llegue (por favor, no les mandes todo lo que puedan soportar), con un corazón inmenso, de mente abierta y una enorme capacidad de empatía que les ayuda a ser mejores, que hace tiempo aprendieron a levantarse solos cuando tropiezan y que, a pesar de mis errores, aún son capaces de mirarme con respeto.

Tengo una compañera a la que adoro y que, junto a mis hijos, es mi mayor riqueza. Ella me avisa cuando me equivoco y me muestra el camino en el que, a veces, me pierdo. Ella me da fuerzas para levantarme por las mañanas y empezar el día aunque las nubes amenacen tormenta. Ella cuida de mí mejor de lo que yo soy capaz y todavía puedo ver, en el fondo de sus ojos, un rastro de ilusión y una chispita de cariño.

Tengo amigos que consideran que es bueno para ellos y para mí que nos hagamos mutua compañía compartiendo nuestro tiempo y que también me ayudan a confiar en mí mismo cuando las cosas se ponen difíciles.

En fin, como puedes ver, no estoy solo y eso es, para mí, la mayor riqueza del mundo.

Pues mira, aunque no tengo costumbre de hablar contigo, hoy me alegro de haberlo hecho y ya puestos aprovecho, antes de despedirme, para pedirte solo una cosa:

Que el día que yo falte, de entre aquellos que vayan a despedirse de mí, alguno diga, aunque sea solo para sí mismo, que fui un buen hombre y, a ser posible, que me recuerden con cariño aquellos con los que traté.

Amén.