El diario

12 de abril (martes)

Ayer fui al médico otra vez. Le pedí que me hablara claro sobre lo que está pasando. No se anduvo con rodeos y me dijo que las últimas pruebas que me habían hecho eliminaban cualquier duda.

No podría ser peor, el mal avanza y ya ha alcanzado a los huesos de la pelvis. O sea, que ya no hay remedio.

Me ha dicho que los dolores van a ir a más y que será duro, pero que me dará algo más fuerte para que no lo pase mal. No me asusta eso, sé lo que es el dolor.

Según me lo decía, recordé que cuando trabajaba en la mina un desprendimiento me incomunicó en una galería. Durante dos días estuve acurrucado en un agujero con una pierna rota, el hueso quebrado se asomaba a través de la carne y dolía, dolía mucho. Al principio sangraba bastante, luego la sangre seca y el barro contuvieron la hemorragia. Cualquier movimiento que hiciera parecía como si un lobo tratara de arrancarme la pierna a dentelladas, pero aguanté, aguanté aquellos dos días hasta que empecé a oír ruidos a través del muro de rocas desprendidas, y grité y empecé a golpear con una piedra para que me oyeran los compañeros. Cuando me sacaron, tenía la pierna tan hinchada que parecía como si el muslo llegase hasta el tobillo.

Además, los dolores ya hace tiempo que empezaron y el dolor de espalda al levantarme, o esa cadera que parece rebelarse me hacen más difícil ponerme en pie cada día.

15 de abril (viernes)

He estado pensando y he llegado a una conclusión.  No voy a contarle nada a la chica, no solucionaría nada y solo serviría para preocuparla innecesariamente. Lucía piensa que mi torpeza progresiva es, simplemente, una consecuencia de la edad y es mejor que siga creyéndolo, ya tendrá tiempo de asimilar las cosas cuando llegue el momento.

 

26 de mayo (jueves)

¡Vaya con el médico! Me hubiera encantado que se equivocara, pero aquí están los dolores que me pronosticó. El domingo fue tremendo y el lunes me vi forzado a verle para que me mandara el nuevo medicamento.

Me dijo que, de momento, me iría bien, pero que deberemos ir aumentando la dosis poco a poco o, incluso, sustituirlo por otro más potente.

Al principio, me creí muy valiente y que podría aguantar sin drogas hasta que llegara el momento. Me estoy haciendo mayor y más blando. Finalmente, he tenido que empezar a ponerme lo que me ha mandado.

Es impresionante, apenas un cuarto de hora después de la primera dosis empecé a notar un calorcillo interior y un alivio… La primera dosis me la inyectó la enfermera. Ahora me pongo un parche cada día y así, aunque hay ratos que parece que vuelve el perro ese que me muerde por dentro, al menos es soportable.

 

01 de junio (miércoles)

Otra vez he estado pensando, creo que desde que se fue Maruja, no había vuelto a pensar tanto.

Veo que el tiempo se acaba y que tengo que dejar arregladas algunas cosas…

Los asuntos materiales no me preocupan, en realidad casi no hay nada que arreglar. No tengo posesiones, vivo de alquiler y la cuenta del banco, donde están domiciliados la pensión y los recibos, apenas tiene dos mil euros.

Lo que verdaderamente me importa es dejar a la chica un buen recuerdo.

Soy consciente de que le exigí demasiado para que se endureciera. Pensaba que era bueno para ella que supiera defenderse en la vida cuando viniesen los malos tiempos.

Ahora sé que, aunque de forma inconsciente y convencido de que era en su beneficio, le hice daño con mi intransigencia. Me duele haberme portado así, fue un error y me gustaría poder corregirlo en estos tiempos, aunque no sé si será demasiado tarde.

 

16 de julio (sábado)

Esta mañana me he vuelto a demostrar el cretino que puedo llegar a ser. Ha venido la chica a preocuparse por mí y yo, como siempre, tratando de hacerme el fuerte y de no preocuparla he conseguido justo lo contrario.

Viene casi todos los días a echarme una mano, me sube la compra, profundiza en la limpieza de la casa con aquellas cosas a las que yo no llego o no sé, se preocupa de que tenga el frigorífico surtido con lo necesario y mil cosas más.

Normalmente viene por las tardes, con el niño. Es el mejor momento del día, cuando Julito se sienta conmigo y me cuenta las cosas que hace en el colegio. Tengo que reconocer que cuando me llama abuelo se me cae la baba y me dan ganas de comérmelo a besos.

Hoy ha venido temprano, ha llegado sola. Me ha vuelto a pedir que me vaya con ella y he vuelto a negarme rotundamente, incluso de malos modos. Me ha dado mil argumentos, casi todos perfectamente válidos y yo, una vez más me he opuesto razonando que no quiero entrometerme en sus vidas.

Sé perfectamente que lo dice de corazón y que Antonio, incluso, se alegraría; no en vano su padre fue mi mejor amigo y lo conozco desde que levantaba dos palmos del suelo.

No me atrevo a decirle que no quiero que me vea por las mañanas antes de ponerme el parche, que se dé cuenta de cuál es mi estado real y me vea gemir de dolor hasta que la morfina empieza a hacer su efecto, que no vea los temblores de mis manos y que tengo que apoyarme en las paredes del pasillo para poder llegar hasta el servicio o a la cocina.

Hoy la discusión se ha calentado en exceso, nos hemos llegado a decir lo que no sentimos y sé que la he herido, aunque no fuera mi intención. Ha llegado a darle una crisis de ansiedad que me ha asustado de verdad. Cuando se ha puesto pálida y se ha llevado las manos al pecho, jadeando yo no sabía qué hacer y me ha entrado el pánico. Menos mal que ha durado tan solo unos instantes, pero a mí se me ha quedado mal cuerpo para todo el día.

Al salir de casa me ha dejado una frase con la que no puedo estar más de acuerdo: “Eres imposible”.

 

19 de julio (martes)

¡Qué difícil me resulta comunicarme! Estoy tan acostumbrado a estar solo que ya no sé hablar con los demás. Mi carácter, que ya es fuerte de por sí, está cada vez más agriado por los dolores y por el miedo, sí el miedo. No quería reconocerlo, pero tengo un miedo terrible.

No es miedo a lo que me espera.  Ya me he hecho a la idea y la verdad es que estoy deseando ir con Maruja, pero lo que temo realmente es no ser capaz de arreglar las cosas con Lucía.

Resulta que soy tan estúpido que cuando tengo la oportunidad de hablar con ella como un padre debe hablar a sus hijos, sigo dando la impresión de querer controlar su vida y, en lugar de allanar el camino, lo pongo más difícil cada vez.

No soy capaz de bajar el tono de voz, de ser un padre afable y cariñoso y decirle que estoy orgulloso de ella y que es una persona extraordinaria que me ha dado más, aunque no lo crea, que todo lo que yo le haya podido dar.

¡Somos tan semejantes! Los dos defendemos nuestras ideas tan vehementemente que rozamos la intransigencia. Por un lado, que sea tan parecida a mí me hace quererla más aún, pero por otro lado, me da rabia que haya heredado de mí, precisamente, este rasgo tan odioso.

Estoy enfadado, pero no con ella, sino conmigo, con mi incapacidad de mostrar mis sentimientos y con esa coraza de intolerancia que me puse el día que se fue Maruja, con mi rabia por no ser capaz de quitármela y mostrarme a los demás, con mi resentimiento contra la vida.

Creo que ya no hay vuelta atrás, ya me he rendido porque no tengo ganas de luchar más contra mí mismo.

 

El 10 de agosto (miércoles), subió a la casa para ordenar algunas cosas.  Allí, sobre la mesilla del dormitorio, estaba el pequeño cuaderno de tapas verdes.

Se sentó en la cama, aquella donde encontró a su padre, ya frío, en la tarde del lunes y leyó de tirón las escasas páginas en las que Ricardo había abierto, por fin, su corazón.