El pajarito

La intuición es el susurro del alma.

Jiddu Krishnamurti

 

Era un precioso día de primavera. El hombre descorrió las cortinas de la ventana y la luz inundó hasta el último rincón de la sala, alegrando hasta los claroscuros del feo bodegón que presidía la estancia.

Debajo del cuadro, un mueble bajo de madera más alacena que librería; sobre éste un reloj de sobremesa y un soporte para cachimbas, ambos también de madera, conferían al rincón un aire clásico fuera de tono con el resto del mobiliario.

Como cada mañana, se sentó frente a la mesa del escritorio, dispuesto a iniciar su trabajo diario.

Se había jubilado dos años atrás pero, más por diversión que por necesidad, escribía una columna sobre temas históricos para un semanario local.

Pomposamente la titulaba “La persistencia de la memoria”, un guiño hacia su pintor favorito, en recuerdo a uno de sus lienzos más conocidos.

La claridad del día, que presagiaba una óptima temperatura, le invitó a abrir la ventana.

Abandonó el moderno escritorio después de encender el ordenador y se dirigió pausadamente a la ventana, que abrió despacio, disfrutando del aire fresco y limpio del que gozaban en aquel barrio tan alejado del centro.

Afuera, una majestuosa acacia extendía sus ramas próximas a la cristalera.  La suave brisa mecía sus ramas muy levemente y un gorrión que piaba insistente, detuvo su canto y lo miró inclinando la cabeza.

El hombre se detuvo, temiendo ahuyentar al pajarillo y ambos permanecieron quietos, observándose el uno al otro.

Segundos después, volvió a sus quehaceres y, ante el ordenador comenzó a escribir su artículo valiéndose de las notas que había preparado el día anterior.

Enfrascado, como estaba, en su trabajo, no vio al gorrioncillo que, posado en la parte inferior del marco, se disponía a entrar a la habitación.

No se oía más sonido que el teclear rápido en el ordenador y, en una pausa para revisar sus pensamientos, el revoloteo del gorrión rompió el silencio y le hizo levantar la mirada en busca del rápido aleteo.

Se posó en uno de los apliques que encabezaban el cuadro y comenzó su piar incesante, una especie de parloteo con un compañero inexistente.

El hombre perdió el hilo de sus pensamientos y se mantuvo atento al soliloquio del pajarito, con una sonrisa.

Apenas un minuto después, el gorrión emprendió nuevo vuelo hacia la calle y el hombre, sin retomar la tarea, sacó el móvil del bolsillo y pulsó el nombre de su hija.

- Hola chiqui. ¿Cómo estás?

- Hola papá, bien, como siempre. Bueno mejor…

- ¿Y eso, qué ha pasado?

- Me acabo de hacer la prueba de embarazo y me ha dado positivo, estoy súper contenta.

- Bueno, ya lo sabía.

- Hombre, papá. Si acabo de ver el resultado. ¿Cómo lo ibas a saber?

- Porque me lo ha dicho un pajarito.