El vergonzoso

Como cada día, espera en la parada del autobús.  Ha llegado, como siempre, en torno a las ocho y cuarto y espera a la camioneta de las ocho y media.

No necesitaría ir tan pronto; pero ya ha podido comprobar que yendo a esa hora coincide con ella, y hace todo lo posible por subir a ese autobús, de lunes a viernes, para ir al colegio.

Al entrar, una rápida mirada al fondo del vehículo le confirma que está allí, como todos los días, sentada en una de las últimas filas. No sabe cuántas paradas antes subirá, pero lo curioso es que siempre se acomoda en el mismo asiento, la mochila a sus pies, el abrigo abrochado y la bufanda roja cayendo sobre el pecho, las manos cruzadas sobre el vientre.

Miradas furtivas mal disimuladas. Se dirige hacia el fondo distrayendo la mirada, hoy tampoco se atreve a ocupar la plaza libre junto a ella. Son ya varios meses luchando consigo mismo y perdiendo siempre contra su timidez. ¡Con lo fácil que sería hacerse el encontradizo! Decir, simplemente, hola e iniciar una charla trivial sobre el frío que hace o lo que ha tardado en llegar el bus, cualquier comentario inocente que diera pie a seguir la conversación.

Pero Carlos es tímido, extremadamente tímido. La inseguridad que le atenaza ante el temor de sentirse rechazado le impide dar el paso que a otros nos podría resultar relativamente sencillo.

En una ocasión se llegó a sentar inmediatamente detrás de ella y aspiró su aroma a jabón y colonia de baño. A veces cierra los ojos y rememora el momento con deleitosa complacencia.

Al principio, ni siquiera se sentaba, simplemente se apoyaba en la barra casi sin mirar hacia la chica y cuando lo hacía, parecía mirar siempre por encima de ella, aunque lo que deseaba mirar realmente eran sus ojos, grises y risueños.

Un día creyó que su corazón enloquecía porque se rozó inadvertidamente con ella al pasar a su lado, durante todo el resto de la mañana le pareció sentir en el brazo un eco permanente de aquel instante, como una especie de dolor sordo que no desaparece sino con el tiempo.

Hoy, tras recapacitar un breve momento, ha creído sentirse más intrépido de lo normal y se sienta más cerca de ella que la mayoría de las otras veces. En un arranque de atrevimiento, ocupa el asiento junto a ella al otro lado del pasillo.

Envarado, fija la mirada en la delantera del autobús, sin decir palabra, respirando apenas.

Tres paradas después, como cada día, Carlos coge su mochila y se levanta para apearse frente al colegio.

Según enfila por el pasillo, ella dice – Adiós – en voz lo suficientemente alta como para que Carlos lo pueda oir.

Carlos responde en un susurro que apenas él mismo escucha.

Al día siguiente y durante el resto del curso, Carlos llegará a la parada del bus a las nueve menos veinte.