Patio de luces

Todos tenemos vecinos.   Salúdelos en la acera o en el ascensor, pero trate de no mirar a través de sus ventanas. Las ventanas deben mirar hacia afuera,  no hacia adentro.

Alexandra Stoddard.

 

Paco es de esos pocos afortunados que pueden comer en casa, el taller donde trabaja está a la vuelta de la esquina y eso le permite comer con su madre y, a veces, echarse una breve siesta después de comer.

Ya en el portal, un enjambre de olores invade el ambiente y Paco, hambriento como viene, va reconociendo en cada planta los guisos de sus vecinos.

En la primera planta identifica el apetitoso olor del cocido de Doña Paulina. Una vez que lo probó le pareció delicioso, más que el que su madre prepara con todo esmero pero, claro está, nunca se lo diría.

Conforme va llegando al segundo, empieza a dominar el olor del cordero asado que la señora Justa prepara en ocasiones especiales. Seguro que hoy viene a comer Juanito. Su madre siempre lo ha mimado como hijo único, incluso a costa de privarse ella de cosas más esenciales.

Paco saliva como el perro de Pávlov y, por un momento,  imagina que fuera de su casa, en el tercero, de donde descendiera tan delicioso aroma.

Cuando está llegando a casa, recibe la inmisericorde bofetada del olor que más odia, el horrible hedor del brócoli…