Si me voy antes que tú.

Fue un infarto único, sin amagos ni avisos previos. Directamente lo llevó desde su casa hasta el depósito a pesar de los intentos frustrados de recuperación por parte de los sanitarios. En plenas Navidades. ¡Hay que ser oportuno!

Al dolor de la familia, se unió el trago de intentar dar a los niños, aquellos nietos tan queridos, unas fiestas dignas a pesar de las circunstancias.

Habían compartido casi cincuenta años y, lógicamente, a lo largo de ese tiempo hubo de todo, buenos y malos momentos, discusiones y reconciliaciones, pero siempre hubo mucho amor por medio y dos hijos que llenaron sus vidas.

Ahora, que empezaban a disfrutar de los nietos, Juan se va y Rosa piensa que su mundo se acaba y no llega a ver de qué manera encarar el resto de sus días.

Rosa tiene miedo, no sabe cómo va a sobrellevar la soledad.

Juan no era un hombre que compartiera sentimientos, más bien asumía lo que viniera y rumiaba su sino con mejor o peor gesto, pero sin aspavientos y, generalmente, sin compartir sus preocupaciones. No era un hombre hablador y Rosa conocía, lo que hace la convivencia, qué ocupaba la mente de Juan con una simple mirada, un gesto o cuando le daba la mano.  Su compañía le resultaba gratificante y, desde que él se jubiló, aprendieron a compartir tiempo y espacio.

Hacía fresco y fue al dormitorio a coger una rebeca del armario. Vio que la lámpara de la mesilla estaba encendida y no era la primera vez, en esa misma mañana ya la había apagado otra vez. Tendría que decirle al niño (siempre sería su niño tuviera la edad que tuviera) que revisara el interruptor.

Se echó la rebeca por los hombros y se sentó en el lado de la cama de Juan, donde estaba encendida la lámpara. Aquel era uno de esos momentos en que su recuerdo se hacía tan intenso que parecía olerle y oírle respirar junto a ella…

Abrió el cajón de la mesilla con la intención de mirar en su interior y, quizás, ordenar su contenido. Y allí estaba el sobre.

Era un sobre blanco, ordinario, en el que se leía la letra de Juan: Si me voy antes que tú.

El corazón le dio un vuelco, ¿Juan se despedía de ella con una carta? Abrió el sobre y leyó la única hoja de papel:

 

Si me voy antes que tú y espero que así sea, por favor, trata de recordar solo aquello que nos unió y el cariño que nos tuvimos.

No perpetúes en tu memoria los errores, ni los míos ni los tuyos, pues de nada vale y solo te producirían malos sentimientos que no tendrían ya sentido. 

Nunca fui hábil para expresar cuánto te he querido pero, a pesar de mi incapacidad, tú sabes que ha sido mucho. Puedo decir con orgullo y, al mismo tiempo un cierto pesar, que toda una vida contigo ha sido, para mí, solo un ratito y que me hubiera gustado vivir algo más para poder darte ese poquito más de mi tiempo.

No te permitas debilidades, sé fuerte y continúa. No llores mi marcha, porque estaré a tu lado mientras me necesites, no lo dudes; te acompañaré hasta que ya no te haga falta.

Con el tiempo y la ausencia, forzosamente, se habrán de borrar los recuerdos que nos hicieron daño y se suavizará el eco de los malos momentos. Poco a poco, la imagen perderá nitidez y solo quedará en tu memoria lo mejor y eso será bueno para los dos.

Piensa que nada ha acabado. Y que tú, ahora, empiezas algo nuevo y te pido, por favor, que les ofrezcas a los chicos todo tu cariño y el mío, que siempre llevarás contigo.

Seguro que la espera logrará hacer más dulce nuestro reencuentro.

Un beso.

 

Rosa supo, entonces, que no estaba sola y, a partir de aquel día, rompió su silencio y empezó a hablar con las fotografías, con los espejos y con aquellos pequeños objetos que tanto le recordaban a Juan.

Y la alegría volvió a su rostro.