El día después

De tus vulnerabilidades saldrán tus fortalezas.

Sigmund Freud


Durante parte de su vida fue una especie de visión futurista muy lejana y más bien borrosa, pero en los últimos meses se había convertido casi en una obsesión que le perturbaba.

Los días iban pasando inexorablemente y, ahora, casi ya en el desenlace, le venían las dudas y prejuicios que hubiera imaginado desde que se lo plantease allá por su juventud, todas juntas. Los comentarios negativos de algunos de sus amigos también habían contribuido a ello.

En definitiva, ahora llegaba la hora de la verdad y, no es que tuviera miedo, sino que estaba aterrorizado ante la posibilidad de no estar a la altura, de no superar la prueba y no tener fuerzas suficientes para afrontar lo que se esperaba de él.

Y llegó el momento.

Cuando escuchó la llamada, acudió presuroso a la habitación, apenas iluminada, y allí la encontró, extenuada tras el esfuerzo. Se aproximó casi de puntillas y puso un beso en su frente, con cuidado de no despertarla.

A un lado, una cunita giratoria, adosada a la pared, contenía el cuerpecito.

Con miedo de su propia torpeza, lo tomó en brazos y, al ver esa carita arrugada y enrojecida, se disiparon todas sus dudas comprendiendo, de repente, que ahora sería capaz de cualquier esfuerzo, de rebasar cualquier dificultad y salvar todo inconveniente que se encontrase, para convertir en un hombre a aquel pequeñín tan frágil e indefenso.