Parábola

El viento soplaba entre las cañas y el pájaro volaba buscando el cielo, con un resplandor rojizo en sus plumas que lo hacía confundirse con el sol.

El agua discurría mansamente por el arroyo y se precipitaba en las pequeñas depresiones del terreno, a modo de cascadas en miniatura, como cataratas infinitas en un mundo diminuto. Y el pez se ocultaba contra el fondo, mimetizándose con las azuladas sombras de las piedras.

De la tierra crecían las flores y la fresca hierba como ofrenda al sol y al agua que las alimentaban y un cordero pacía despacio y se le veía feliz, como el pájaro y como el pez.

Y llegó el hombre y roturó la tierra para forzarla a producir lo que él quería y clausuró el curso del arroyo para desviar el agua hacia sus cultivos.

Y ya no creció la hierba y las flores que osaban asomar entre las espigas eran arrancadas por el hombre antes, incluso, de llegar a su pleno desarrollo.

El pez quedó atrapado y no pudo discurrir por el cauce que antes le era tan familiar, el cordero fue llevado a un aprisco donde se le quitaría su abrigo para dárselo al hombre y el pájaro fue capturado y guardado en una jaula donde cantaría para los humanos.

Y el hombre, en su soberbia, decidió el futuro del ave, del pez y del cordero. Y se creyó Dios.