El cumpleaños

Cuando llegó el momento de soplar las velas, apagó la luz, guardaron silencio y la bisabuela frunció los labios para soplar, pero el pequeño Rafita, que ya había tenido el capricho de apagar las velas dos veces antes, se abalanzó de repente hacia la tarta para soplar por tercera vez.

Fue todo muy rápido, se inclinó hasta que su pelo se prendió en la vela más próxima y el pánico se apoderó de todos ellos.

La bisabuela se quedó como una estatua, la abuela se lanzó hacia los rizos ardientes intentando cubrirlos con una servilleta, el abuelo se lió a manotazos con la cabeza del niño intentando apagar el incendio y su madre, desde el otro lado de la mesa, intentó saltar por encima para alcanzar al pequeño.

La mesa se volcó y la tarta voló por los aires hasta alcanzar de lleno la cara del padre.

El niño lloraba, el padre se reía y la abuela sollozaba asustadísima con la cabeza del niño entre sus brazos.

Por fin, alguien encendió la luz y comprobaron que, por fortuna, el niño estaba más asustado por los manotazos que por el propio accidente y que tan sólo había perdido el extremo de un rizo, nada que no se pudiera arreglar en la peluquería.

La situación era mucho más cómica que caótica, sus caras eran verdaderos poemas, la tarta repartida por todo el salón, el padre revolcándose de risa con la cara llena de crema…

Y ese cumpleaños quedo grabado para siempre en su memoria.