Vampiros psíquicos

                        Todas las pasiones son buenas mientras uno es due-

ño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan.

Jean Jacques Rousseau

 

La noche se presentaba ilusionante. Hacía dos meses que no salía y tenía unas tremendas ganas de divertirse.

Carmen le había llamado después de comer para citarle allí.  Te voy a presentar una compañera de trabajo que te va a gustar, dijo. Creo que Elena te va a domesticar, depredador mío, bromeó entre risas.

El garito era oscuro, ruidoso y costaba desplazarse con motivo del lleno absoluto. 

Se dirigió al fondo, junto a la barra, donde le esperaba su amiga con una copa en la mano y una impresionante morena a su lado que, sin duda, debía ser Elena.

La primera impresión fue impactante, Elena era una mujer de estatura media, con una espléndida figura realzada con un ajustado vestido negro y, aunque la distancia y la falta de luz no le permitían distinguir sus rasgos, conforme se fue acercando fue sintiéndose cada vez más excitado por la belleza que irradiaba aquel rostro.

Tras las presentaciones, se estableció una especie de complicidad inmediata alimentada por la desaparición de Carmen, que se perdió entre la multitud con un esclarecedor “hasta mañana”.

Los siguientes minutos fueron una especie de pulso entre dos expertos seductores en el que cada segundo parecía darle fuerzas al uno o al otro, de forma alternativa.

Poco después convinieron en marcharse a otro sitio más tranquilo, en busca de algo de intimidad.

El resto de la noche fue una vorágine de sentimientos, pasiones y desenfreno que condujo a dos personas, hasta entonces independientes, a una enfermiza dependencia tóxica e irreflexiva que los llevó al auto desgaste y la mutua destrucción.