Réquiem

Los que me trataron de cerca, saben de mi rebeldía contra las costumbres impuestas y contra todo aquello que nos impide la expresión individual.

Por rebeldía, que no por llamar la atención, he querido que mi adiós no fuera la tradicional reunión de amigos y familiares para despedirse de mí, sino justamente lo contrario: dar yo el paso, ahora que puedo, y ser yo quien diga adiós a los que me acompañaron, para mi bien o para su mal, durante mi paso por la vida.

Siempre nos dijeron que la vida es corta y yo he creído firmemente que, aunque en ella tengamos momentos durísimos que se nos antojan interminables, nunca es lo suficientemente larga como para aprender apenas lo necesario.

Un día llegué a la conclusión de que la vida no es sino una escuela donde, a costa de aciertos y errores, debemos intentar conocer a los demás y, sobre todo, a nosotros mismos.

Y es más complicado de lo que parece, ya lo sabéis.

A veces nos creemos por encima de las cosas y, ante determinadas situaciones, somos incapaces de estar a la altura que nos habíamos propuesto.  Esto nos puede mortificar, claro, pero lo cierto es que nos enseña, al menos, un poco de humildad.

Otras veces, a pesar de actuar con la mejor intención, solo conseguimos hacer daño a otros. Si alcanzamos a darnos cuenta, nos avergonzaremos, pero también aprenderemos.

Si no llegué a pedir perdón a aquellos a los que perjudiqué, reparase o no en lo que había hecho, ruego indulgencia a aquéllos a los que haya podido ofender. Puedo asegurar que nunca fue mi propósito, sino uno más de mis errores.

¡Qué difícil es acertar! ¿Verdad?

Nunca creí que pudiera aprender todo lo preciso, pero si algo me quedó tras mi paso por el mundo fue la gratitud.

Quiero, por lo tanto, dar las gracias a todos aquellos que, de alguna manera, me han acompañado en el camino, para ayudarme o para perjudicarme, aunque creo que estos últimos han sido pocos y, seguramente, de forma inconsciente. Si he tenido enemigos lo han sabido simular de tal manera que no me he dado cuenta de ello y, por eso, también doy gracias porque, al menos, no he tenido esa preocupación.

También tengo que dar las gracias tanto a los presentes como a los ausentes que, en alguna ocasión me reprendieron intentando corregir mis errores; seguro que les dolía lo mal que yo lo estuviera haciendo y eso es, definitivamente, una forma de cariño.

Doy gracias a aquellos desconocidos de cualquier época que, por medio de sus escritos, abrieron sus corazones y sus mentes para que pudiera aprender de sus experiencias y de sus reflexiones, a menudo sabias y esclarecedoras. Me ayudaron en más ocasiones de las que puedo recordar.

Finalmente, doy gracias a los que compartieron conmigo sus días porque, aunque no lo pretendieran, me enseñaron que, me gustara o no su forma de ser, debía respetarlos. De ellos aprendí día a día y me hicieron comprender algo importante: que debemos aceptar y querer a los demás tal como son y que sería un grave error intentar cambiarlos, porque podrían dejar de ser ellos mismos.

Llegado este momento, me despido de vosotros con todo cariño, aunque me gustaría, por qué negarlo, permanecer en el recuerdo de algunos de los que aquí quedáis en buena hora, al menos durante un tiempo.

Bien. No sé cómo será a partir de ahora, pero creo que os echaré de menos.

Adiós.