Genio y figura
Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás.
William Faulkner
Era el día de Navidad, día en el que, por tradición desde que se casaron, invitaban a toda la familia a comer en su casa.
El año anterior había sido un poco movidito. Charo, su cuñada, había protagonizado un altercado bastante desagradable con motivo de haber coincidido ambas en el modelo de vestido para la ocasión.
Charo bebió más de la cuenta y se mostró ofensiva con ella llamándola niña de papá y pija venida a menos; a punto estuvieron de llegar a las manos, pero entre unos y otros lograron controlar la situación, aunque a duras penas.
Nieves colocaba la vajilla y las copas en la mesa cuando recordaba la desagradable escena del año anterior. Mientras, pedía con todas sus fuerzas que Charo viniese hoy con otro talante y que toda la celebración fuese un éxito y un momento entrañable para todos, en cualquier caso, trataría de mantener la serenidad y las distancias con Charo.
Los invitados fueron llegando poco a poco. Los besos de rigor, abrazos, piropos y una pila de abrigos sobre la enorme cama de matrimonio.
Pero su hermano Fernando y Charo no llegaban y no habían avisado que no fueran a reunirse este año.
Por fin, cuando ya estaban a punto de sentarse a la mesa, aparecieron. Charo asombrosa con un modelo exclusivo que tenía que haberle costado un ojo de la cara, una sonrisa deslumbrante y con cara de no haber roto un plato en su vida, Fernando renegando porque habían tenido que aparcar casi en otro barrio.
Ya sentados todos en la mesa, en uno de esos extraños instantes en que el silencio inundó el salón, Charo, con un gesto de triunfo mal contenido se dirigió a su cuñada para decirle.
- Nieves, querida, te doy la enhorabuena.
Tras una ligera pausa en la que todos esperaban que la felicitara por la comida o la organización de la fiesta, añadió.
- Aunque no sé exactamente si es que estás embarazada o es que te has operado las tetas.