El hombre tranquilo
Hoy le he visto otra vez. Desde mi terraza, fumando un cigarrillo, le veo salir del portal donde vive y dirigirse, con lenta parsimonia, hacia su coche aparcado bajo mi atalaya. El cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás, como si una extraña inercia le impidiera abandonar el lugar que ocupa en el espacio.
Como en otras ocasiones, lleva un pequeño cubo con apenas tres o cuatro litros de agua y una gamuza con la que irá limpiando lenta, cuidadosa y meticulosamente su coche. La extiende sobre el techo del vehículo, hace un amplio movimiento que abarca toda la superficie del mismo desde el costado derecho, luego rodea el automóvil, repite la operación desde el otro lado y de la misma manera sigue con los cristales, el capó, las puertas y el resto del coche.
Sus movimientos son calmosos y sosegados. Yo, como siempre, espero en él alguna reacción dinámica, una ligereza que nunca he podido apreciar en su actitud y que creo que tiene que surgir en algún momento. Hoy, de nuevo, he esperado en vano.
Tengo la impresión de que este hombre no está rodeado del mismo aire que nos envuelve a los demás mortales, parece sumergido en un fluido denso que le impide moverse a la velocidad que los demás podríamos considerar como normal. Lo imagino en una enorme piscina en apnea permanente caminando por el fondo de la misma, en un mundo imaginario.
No puedo evitarlo, este hombre tranquilo me pone nervioso.