Monito Totó
Totó era un pequeño chimpancé que vivía con su mamá Sisa y los otros chimpancés de aquel lado de la selva.
Totó era el más pequeño del grupo y los otros monitos estaban muy contentos con él, porque era muy simpático y muy mono.
Lala era la hembra mayor del grupo, hacía años que ya no tenía bebés y casi todos los días iba a ver a Totó. Sisa le dejaba que lo cuidara un ratito porque Lala era muy cariñosa con Totó y porque le daba un poco de pena.
Cuando jugaba con los otros monitos, casi siempre rodaba por el suelo porque, como era el más pequeño, tenía menos fuerza que los demás; pero si las cosas se ponían feas, llegaba Sisa y Totó se agarraba a ella con fuerza cuando estaba un poquito asustado.
Totó fue creciendo y haciéndose un monito fuerte y sano y cada día dependía menos de Sisa, que se ocupaba ahora en buscar los mejores bocados y, de vez en cuando, en acicalarse y ayudar a otros chimpancés en su aseo.
Como era un monito muy curioso y le gustaba investigar todo lo que llamara su atención, pasaba largos ratos mirando la hilera de hormigas que llevaban trozos de hojas, ramitas y otras cosas hacia el hormiguero, otras veces buscaba larvas debajo de las piedras y entre los troncos caídos que empezaban a pudrirse.
Un día llamó su atención un pequeño animal que no había visto antes, era un escarabajo que parecía cambiar de color según la forma en que le diera la luz y, embelesado con él, empezó a seguirle.
Al principio parecía que daba vueltas y vueltas sin encontrar su camino, pero al cabo de un rato el escarabajo tomó una dirección y, salvo las ramas y troncos que obstaculizaban su camino, comenzó a avanzar como si siguiera una línea recta.
Totó, cautivado con aquel animalito, empezó a seguirlo y, al cabo de un rato se había separado de su grupo sin darse cuenta. Llegó a un claro del bosque donde un gran árbol, al caer, había despejado el techo de la selva y la luz del sol llegaba hasta el suelo cubierto de deliciosos brotes verdes y flores asombrosas que nunca había visto.
¡Qué maravilla! – pensó Totó – ¡Aquí los colores son mucho más vivos que en la selva!.
Decenas de mariposas revoloteaban en torno a las flores y su vuelo nervioso le impresionó tanto que saltó y corrió tras ellas, por supuesto, sin poder atrapar a ninguna.
Asombrado con la novedad, ya se había olvidado del escarabajo que le llevó hasta allí. Para él todo era nuevo y deslumbrante. Entonces, justo enfrente, lo que parecía una flor de vivo color fuego manchada de negro y pintitas blancas, empezó a elevarse y tanto las mariposas que volaban de aquí a allá, como las que estaban posadas comenzaron a seguir a la monarca.
Aquello era digno de verse, todo un enjambre de brillantes mariposas de color naranja se dirigía en la misma dirección, siguiendo a la más hermosa de todas ellas hasta posarse en el tronco del más alto de los árboles, al borde del claro.
Totó no salía de su asombro. Tiene que ser la reina – pensó –todas la siguen.
Atravesó el claro en dirección al enjambre posado sobre el tronco. Desde lejos, el movimiento de las alas creaban la ilusión de un solo cuerpo que vibraba envolviendo al árbol.
Cuando llegó, la monarca comenzó a volar de nuevo y todas las mariposas emprendieron el vuelo tras de ella en dirección hacia un árbol en el otro extremo del claro.
Totó corrió tras de ellas una y otra vez, porque cada vez que se acercaba al árbol que habían elegido para posarse, la monarca emprendía el vuelo y todas las demás la seguían hasta el nuevo árbol escogido.
Aquello empezó a fastidiar a Totó y, como estaba agotado de tanto correr tras las mariposas, se tumbó al sol un ratito a descansar y así, casi sin darse cuenta, se quedó dormido.
Cuando se despertó el sol estaba ya muy bajo y la sombra de los árboles ya cubría completamente el claro donde se encontraba.
Recordando el espectáculo de las mariposas, miró a su alrededor buscando el enjambre, pero no pudo encontrarlo, porque ya se habían marchado volando en busca de otro claro.
Estaba un poco desconcertado Totó, pero como empezó a tener hambre, decidió volver con su mamá y, entonces, buscó y buscó tratando de encontrar el lugar por donde había venido. Durante un ratito le pareció que nunca podría encontrar el camino de vuelta porque todos los árboles le parecían iguales.
Chilló asustado, pero nadie le respondió y empezó a tener mucho miedo.
Tras un rato de confusión comenzó a olfatear el aire y las plantas que lo rodeaban hasta que, finalmente, encontró el rastro de olor que él mismo había dejado cuando llegó al claro.
Después de un ratito consiguió avistar a su grupo. Su mamá estaba muy preocupada, y daba vueltas y más vueltas buscando a Totó por los árboles de la zona y entre los matorrales.
Cuando Totó se encontró con su mamá, chilló de contento y Sisa, que estaba muy enfadada con él, le regañó un poquito y luego le dio un abrazo muy, muy fuerte.