El dragoncito Simplón

En una montaña vivía un dragoncito que se llamaba Simplón.  Se alimentaba de plantas y no daba miedo porque era muy simpático.

Simplón estaba muy solo y echaba de menos poder hablar con alguien y, sobre todo, jugar al parchís, que le gustaba mucho.

Un día decidió marchar en busca de amigos con los que poder jugar y divertirse un poco. Así que emprendió camino hacia el sur.

Volando sobre los montes, llegó hasta un desierto y se sintió muy triste porque pensó que allí no podría vivir nadie.

Cuando volvía a elevarse hacia las nubes, vio una cosa que brillaba y se movía entre la arena, entonces bajó para ver qué era aquello.

Era una serpiente que, al verle tan grande, se arrastró hasta un matorral huyendo de Simplón.

- ¿Quién eres tú? – preguntó Simplón.

- Yo soy la víbora y si me hacesss daño, te clavaré misss colmillosss y morirásss entre horriblesss doloresss.

- Yo no quiero hacerte daño y si me muerdes, se romperán tus colmillos con mis escamas y no podrás comer.

- Puesss entoncesss  ¿A qué hasss venido?

- Estoy buscando un amigo para poder jugar al parchís. ¿Quieres jugar conmigo?

- No puedo, no tengo manosss para lanzar el dado ni mover las fichasss y a mí me gusssta dormir de día y cazar de noche, asssí que si no quieresss otra cosa, me voy a echar una siessstecita.

- Pues es una lástima, porque jugar al parchís es lo que más me gusta.

Simplón se elevó de nuevo y siguió su camino hacia el sur. Cuando ya empezaba a cansarse, vio a lo lejos una mancha verde, era la selva.

- Estupendo, ahí podré comer y descansar un poco. – Dijo Simplón.

Se posó sobre un árbol muy grande y empezó a comer sus delicadas hojas, luego bajó para dar un paseo y vio en un tronco a un extraño animal que bajaba muy lentamente.

- Hola, soy Simplón. ¿Tú quién eres?

- Yo soy el perezoso y voy a aquel otro árbol de apetitosas hojas porque las de éste son demasiado duras para mí.

- ¿Quieres jugar conmigo al parchís? – Dijo Simplón y colocó el tablero sobre la hierba.

- Bueno, pero me tendrás que enseñar, porque no he jugado nunca.

- ¡Es muy fácil! – Dijo entusiasmado. – Cada uno tiene cuatro fichas, cuando sacas un cinco, puedes salir de tu casa, luego mueves tu ficha tantas casillas como te marque el dado …

Se dio cuenta de que el perezoso se había quedado dormido allí mismo, agarrado al tronco. Estaba claro que no se podía jugar con aquel animal, sería aburridísimo.

Se marchó de puntillas para no despertar al perezoso y al cabo de un rato encontró una familia de monos. Eran muy alegres, saltaban y hacían cabriolas en sus ramas y pensó que podrían jugar juntos.

Los monos aceptaron encantados la propuesta de Simplón y empezaron la partida. Cuando llevaban jugando un rato, uno de los monos comió la ficha de otro y éste se enfadó tanto que se puso a gritar y saltar lanzando manotadas a los demás. Entonces empezaron todos a dar brincos y chillidos y a correr unos detrás de los otros.

Simplón se entristeció con lo que ocurría. Cuando se juega, no se puede uno enfadar si pierde, lo divertido es jugar. Decidió marcharse y, volando, dejó atrás la selva y llegó a una playa muy grande. Había un señor tomando el sol en una hamaca.

- Hola, señor. ¿Quieres jugar al parchís conmigo?

- ¿Qué me darás a cambio? Yo soy un banquero y siempre he de obtener algún beneficio.

- Yo no te puedo dar nada, pero como estás sólo, he pensado que podríamos jugar un rato y entretenernos.

- Está bien, vamos a jugar, pero yo juego con mis dados y tú con el tuyo.

Simplón, muy contento, puso sobre la arena el tablero, colocó las fichas y empezaron la partida. Conforme jugaban, vio que el banquero siempre sacaba el número que más le convenía.

- ¡Qué suerte tiene! – Dijo Simplón admirado. – Cuando quiere sacar una ficha, le sale un cinco, si necesita un tres para comer, le sale un tres.

- No es suerte, mis dados están preparados y yo, como soy un hombre de negocios, tengo que ganar siempre.

- Pero así no es divertido. – Protestó Simplón.

- Mi vida no es divertida, mi objetivo es tener siempre beneficios porque eso es lo único que me gusta.

Simplón se marchó decepcionado. Lo importante del juego es distraerse y pasarlo bien, no ganar siempre, pensó.

Cuando ya se disponía a volver a su montaña vio, junto al mar, una casita con un jardín muy bonito y bajó para ver quién vivía allí.  Encontró a una niña que se aburría mucho porque estaba sola, cuando vio a Simplón se puso muy contenta porque por fin tendría con quién jugar.

- Hola, soy Mari Tere. ¿Cómo te llamas?

- Yo me llamo Simplón y me gustaría jugar al parchís. ¿Te gusta jugar al parchís?

- Me encanta. Me pido las fichas rojas. – Dijo Mari Tere.

Por fin se sentaron los dos en el césped, y jugaron y jugaron y se divirtieron mucho y se hicieron muy amigos, tanto que Simplón buscó una cueva en el acantilado para quedarse a vivir allí.

A partir de entonces, todos los días se reunían en el jardín a jugar al parchís y a la pelota y a todo lo que juegan los niños y los dragoncitos.