El elefante
En Africa, hay algunas leyendas en determinadas tribus indígenas que explican por qué cada animal tiene unas características propias que lo distinguen de los demás.
Imaginad un poblado en el corazón del Africa profunda, sus chozas de techos cubiertos con ramas y un pequeño cobijo, con un tejadillo sostenido por cuatro palos, bajo el que permanecen sentados los chiquillos de la aldea ante un anciano que cuenta sus historias. Es la escuela.
En esos lugares no enseñan a los niños y jóvenes las mismas materias que aprendéis vosotros en el colegio, pero también transmiten los mayores sus conocimientos a los más pequeños. Son enseñanzas sobre la sabana, sobre las lluvias, el cuidado de los rebaños, los animales con los que conviven y respetan y todo aquello que les será útil para sobrevivir en un lugar tan difícil.
Allí aprenden, por ejemplo, a evitar el ataque de una hiena adoptando una postura erguida, para ser más alto que el animal. Una hiena solitaria, dicen, no arremeterá contra un animal de mayor tamaño. También aprenden que, cuando pastorean con sus rebaños, deben evitar que sus animales se acerquen a la espesura, donde los cazadores acechan en busca de sus presas, a lanzar piedras con la honda para defenderse y muchas otras cosas.
Cerrad los ojos y, como os decía, imaginad la aldea, sus chozas, la escuela, el anciano con el pelo y la barba blancos, y a los niños en el suelo. Sentaos con ellos y escuchad muy atentamente mientras explica:
Hace ya muchas, muchas lluvias, cuando se veían en el cielo otras estrellas y la luna era mucho más grande que ahora, los animales no eran como los conocéis. En realidad, casi ninguno estaba contento con su aspecto porque todos eran casi iguales.
Un día, los animales se reunieron en una pradera para, todos juntos, pedir al creador que cambiase sus formas. Cada uno tenía gustos distintos, unos comían hierba, a otros les gustaba más la carne, otros preferían comer peces y, como todos tenían formas muy parecidas, se revolvían juntándose leones con cebras caimanes con peces y la confusión crecía a la hora de comer porque no podían distinguirse bien.
El gran padre fue recibiendo aparte, uno a uno, a los representantes de cada especie y cada cual le fue explicando cómo querían que fuera su aspecto de acuerdo con la idea que ellos tenían.
El león, pidió confundirse entre las hierbas secas para acechar mejor a sus presas y una bonita melena más oscura para que sus hembras lo conocieran desde la distancia.
La gacela pidió unos afilados cuernos para defenderse y unas patas largas y ágiles para poder huir ante el peligro.
La cebra pidió tener rayas en el cuerpo para poder ocultarse entre las sombras de los árboles y confundir a sus predadores.
La jirafa, sabiendo que había muchos animales que comían hierba, pidió un largo cuello para alcanzar a las hojas más altas de los árboles, donde no llegaran los otros animales.
Así, uno tras otro, todos fueron diciendo cómo querían ser. Unos pidieron tomar la forma que más les convenía para alimentarse, y otros rogaron que sus colores los ocultase de sus perseguidores, pero el elefante, que era muy listo, solicitó que ningún otro animal pudiera cazarlo.
El creador le dijo que a todos daría las formas y colores más convenientes para ayudarles a sobrevivir, pero que no podía evitar que los más débiles o enfermos sirvieran de alimento de vez en cuando a otros animales, porque esa era la ley.
Los elefantes, que eran muy orgullosos y no querían que ninguno de los suyos fuera devorado por los otros animales, pidieron entonces ser los mayores animales de todos y, además, poseer unas grandes defensas. Pensaban que así le engañarían, porque siendo los más grandes y teniendo enormes colmillos no podría cazarlos ningún otro animal.
Al día siguiente, los animales comprobaron admirados los cambios que habían experimentado, todos eran muy hermosos y estaban muy felices con sus nuevos colores y formas.
Los elefantes, al verse tan grandes y con aquellos fantásticos colmillos se pusieron muy contentos pensando que, en efecto, habían logrado engañar al creador y que nunca servirían de presa para los cazadores. Fueron a comer a un prado donde la hierba crecía tierna y jugosa y vieron, entonces, que sus largos colmillos les impedían acercar su boca al suelo y no podían comer lo que más les gustaba.
Durante unos días pasaron hambre, después empezaron a comer las hojas bajas de los árboles, que eran las más viejas y más duras, cuando acabaron con ellas se vieron obligados a comerse las cortezas, aún más secas y correosas que las hojas. Fueron luego a beber a una charca poco profunda y, de nuevo, los colmillos les estorbaban para alcanzar el agua de tal forma que, viendo que sus enormes estómagos no se llenaban teniendo tan cerca la sabrosa hierba y que terminarían muriendo de sed, empezaron a lamentarse y se reunieron para buscar una solución.
Decidieron, por fin, que sería mejor perder a los débiles y enfermos que morir todos de hambre y sed, puesto que dentro de poco no quedarían siquiera cortezas para comer y todavía faltaba mucho para la estación de las lluvias que llenasen las charcas.
Acudieron de nuevo al creador para pedirle volver a su forma original ya que estaban arrepentidos de haber pretendido ser más listos que él.
Este les dijo que no se podía deshacer el cambio y que su orgullo les había llevado a esa situación. Los elefantes se pusieron muy tristes porque su especie desaparecería y empezaron a llorar y a lamentarse. Entonces el creador se apiadó de ellos y les dijo que, puesto que habían reconocido su error, les daría una larga nariz con la que pudieran beber y coger todo aquello que estuviera a su alcance, pero que no podrían evitar la ley.
Veréis que los elefantes se defienden como todos los animales, que protegen a sus hijos rodeándolos frente a sus enemigos y que cuando nace una nueva cría con algún defecto, cuidan de ella durante un tiempo, pero cuando comprenden que nada pueden hacer por él, lo abandonan a su suerte y siguen su camino.
Desde entonces, a pesar de su tamaño, los elefantes viejos y los que están enfermos son también alimento para las hienas y las demás fieras porque así lo manda la ley.
Como tienen una gran memoria, no olvidan aquello y todavía sienten lástima por sus muertos. Podéis ver cómo, cuando encuentran los restos de alguno de su especie, acarician sus huesos y parecen lamentarse.