El globo rojo

Cuando llegaba el abuelo, Lucas se ponía muy contento porque sabía que lo iba a sacar al parque.

A Lucas le gustaba mucho el parque.  El Abuelo lo sacaba del cochecito y lo sentaba en sus piernas, las movía y le cantaba canciones de caballitos, de un muñeco de cartón que se llamaba Pinpón y otras que le gustaban mucho.

Lucas se reía cuando el abuelo lo ponía a trotar en sus rodillas y le cantaba. También le gustaba mucho mirar a las palomas que andaban por el suelo picoteando todo lo que veían, pero le gustaba más aún cuando alguien pasaba cerca de ellas y se elevaban por el aire para posarse nuevamente en el suelo unos metros más allá.

Aquel viernes, había un señor en el parque con muchos globos de colores; azul, verde, rojo, blanco, amarillo, naranja… El abuelo le pidió al señor un globo rojo que era precioso y se lo ató en la muñeca a Lucas para que no se perdiera en el cielo.

Lucas estaba muy contento, movía su bracito arriba y abajo y el globo subía y bajaba al ritmo de su mano, pero más despacito. Miraba al globo y parecía estar tan fascinado con él que no paraba de sonreir al abuelo y al globo.

Después de un rato grande tomando el aire fresco y el sol de la mañana, el abuelo sentó a Lucas en su carrito y volvieron para casa. Lucas no perdía de vista al globo rojo, que lo acompañaba constantemente, igual que su abuelo.

Mamá lo sacó de la sillita y le dio un biberón muy rico mientras seguía moviendo el bracito para que el globo subiera y bajara también en casa.

Poquito tiempo después, se le empezaron a cerrar los ojitos y Lucas que quedó dormido en los brazos de mamá, que lo colocó en la cuna y ató el globo al borde de ésta.

Lucas sonreía dormidito, porque soñaba con el globo rojo.