Remigio
Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales.
Gustavo Adolfo Bécquer
Fui allí por el sendero que bordea el acantilado. El “Sendero de la locura” lo llaman en el pueblo, tal vez por el número de suicidios achacados a aquel lugar.
Bajé hasta la playa con mi hamaca, mi caña de pescar y el simple deseo de pasar un día de tranquilidad con mis pensamientos, no me vendría mal reordenar un poco mi vida hasta hoy aburrida, monótona y decepcionante.
Cuando llevaba apenas tres horas de felicidad absoluta, sintiendo la caricia del sol y de la brisa en mi cara y en mi cuerpo, mientras recogía el sedal un estruendo espantoso me hizo girarme para ver, con sorpresa y temor, cómo se desintegraba parte del acantilado cientos de metros detrás de mí.
Ahora que el sendero ha desaparecido y, literalmente, no hay vuelta atrás, paso las noches compartiendo una minúscula cabaña con mis recuerdos y el fantasma de un hombre que reconoce ser el único que se arrojó voluntariamente desde el acantilado. Ahora yo soy la mascota de Remigio, el suicida.
Yo me alimento de lo poco que pesco y Remigio de mi compañía.