FIN
A veces he creído hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno.
Lewis Carroll
Cuando hubo tecleado la última palabra, extrajo el folio de la máquina de escribir y lo colocó cara abajo sobre la pila de papel que había a su izquierda, en el escritorio.
Siempre que terminaba una novela, el alivio lógico de finalizar una tarea se veía nublado con una sensación similar a la que produce levantarse de la mesa sin terminar de comer, notaba un cierto vacío.
Como siempre, su lado perfeccionista le provocaba la percepción de que algo le faltaba pero, en esta ocasión, no sabía muy bien qué era. Sabía que poco más tarde, si acaso un día o dos, esa impresión se iría diluyendo poco a poco y, entonces, se tomaría unas vacaciones en las que se saltaría absolutamente todas las obligaciones que él mismo se imponía al comenzar cada trabajo.
Dejaría de madrugar, de sentarse ante la máquina de escribir durante seis horas diarias, de llevar una vida ordenada con horarios para, prácticamente, todas sus actividades.
Sin embargo, siempre mantenía una regla: tratar de no pensar en la historia que terminaba de escribir, liberar la mente de la trama, del hilo argumental que había tenido que seguir durante todo el proceso. Y es que tenía plena conciencia de que si repasaba lo que ya había terminado, retomaría la labor de corrección, saldría su lado meticuloso y se perdería esa frescura que tanto llamaba la atención en su obra.
Un pintor, amigo suyo, sintetizaba: Lo verdaderamente difícil no es pintar el cuadro sino darlo por terminado, siempre le añadiría alguna pincelada más, pero claro, perdería…
Se levantó del escritorio, fue a la cocina a beber agua y, al pasar ante el espejo del pasillo, vio su propio reflejo imitando su desplazamiento, aunque le dio una extraña sensación, como si fuera a destiempo con sus propios movimientos.
Al volver de la cocina, se detuvo y miró abiertamente al espejo. El hombre que le observaba desde él se le parecía enormemente, pero tuvo la impresión de no reconocerse del todo en aquella imagen.
Un reflejo, quizás, un golpe de viento que moviera la cortina. ¿Quién sabe qué fue aquello? Le pareció ver una pequeña figura moverse tras él y se giró inmediatamente para cerciorarse de que, efectivamente, había sido una ilusión.
Cuando se volvió nuevamente hacia el espejo, el hombre que le miraba desde su interior, su propia imagen, le sonrió y, sacando ambos brazos a través del vidrio, lo agarró y tiró de él hasta introducirlo en aquel mundo inverso.