El olor

Eran las tres y diez de la madrugada cuando despertó y ahí estaba el olor, quizás no tan intenso como la última vez, pero completamente identificable.

Era una fragancia agradable, al menos a él se lo parecía, que le recordaba muchísimo al perfume que utilizaba su esposa, tal vez algo más penetrante, más denso, pero era el mismo olor, sin duda.

Como las otras veces, se levantó de la cama para investigar su procedencia. Fue al baño y abrió el mueble donde siempre habían guardado el agua de colonia y los perfumes que utilizaban habitualmente, con otros artículos de higiene personal.

Comprobó, de nuevo, que el frasco de perfume permanecía cerrado y en pie. Lo acercó a su nariz y percibió un ligero recordatorio del aroma que impregnaba la casa con mucha más intensidad.

No podía provenir del frasco porque estaba perfectamente cerrado; desde que ella se fuera no lo había abierto para nada y tampoco se le había derramado.

Lo asumió como algo natural y la certidumbre evitó su desconcierto porque ya había llegado a la conclusión de que era su subconsciente quien le traicionaba. ¡La echaba tanto de menos!

Fue a la cocina, bebió agua y regresó al baño para apagar la luz.  Otra vez acostado, su recuerdo le acompañó en la cama dulcemente, hasta llevarle a un sueño profundo y apacible.

Y volvió a soñar con ella.

En la inconsciencia del sueño retiró parte de la manta dejando al aire el hombro que, al día siguiente, le dolería por enfriamiento.

Unos dedos invisibles volvieron a cubrir su hombro y el rostro del hombre se iluminó y sonrió feliz cuando sintió el roce de sus labios en la frente.

En su desvarío, susurró su nombre.